domingo, 4 de noviembre de 2012

Visión central y visión periférica: dos formas de mirar y entender la vida

Los razonamientos que surgen al leer El camino del Zen de Alan Wats


El sentido de la vista nos ofrece una interesante analogía para entender la forma en la que el ser humano se aproxima a la comprensión de los hechos de la vida.
Los seres humanos tenemos dos formas de visión: la visión central y la periférica. La visión central es usada para la realización de trabajos precisos mientras que la periférica, al ser mucho menos focalizada, es la que nos permite la visión nocturna y tomar nota de forma subconsciente de los objetos en movimiento que no se hallan en la línea directa de nuestra visión central.
Hay una analogía, y una relación, directa entre la visión central y el pensamiento consciente y entre la visión periférica y el mundo del inconsciente y el subconsciente.
Cuando queremos comprender algo focalizando en él tanto nuestra visión central como nuestro pensamiento consciente y lineal intentamos recabar, procesar y clasificar datos del objeto. Este pensamiento y forma de mirar los objetos absolutamente lineal (de hecho es el origen de nuestra concepción del tiempo) se asemeja a como si para conocer todo lo que hay dentro de una habitación a oscuras fuésemos enfocando con una linterna por todas partes y anotando mentalmente lo que vemos hasta hacernos una idea mental del contenido global. A través de la visión periférica llegamos a la noción de realidad a través de un proceso temporal y lineal de toma y procesamiento de datos.
Por tanto, apreciamos claramente que a través de nuestro sistema de visión central recabamos, procesamos y pensamos linealmente y este, y no otro, es el origen de nuestra forma de ver y experimentar el tiempo.
Por dicho motivo cada uno de nosotros nos sentimos en el momento presente como herederos del tiempo, de nuestro tiempo, de nuestras vivencias momentáneas y pasadas. De alguna forma decimos que nuestro “yo” se construye paso a paso a través de nuestras experiencias, con la contribución necesaria de la variable tiempo.
El método científico, tan querido y valorado por el mundo occidental, no es sino una exaltación de esto que venimos diciendo ya que sistematiza la toma de datos como paso previo al juicio y posterior confirmación de este tras una nueva toma de datos. De alguna forma el método científico nos viene a decir que solo la experiencia temporal y lineal encerrada en el sistema de “prueba y error” puede llevarnos a la verdad.
En el mundo occidental todo es fruto del bucle observación-pensamiento-clasificación según convención. Así aprendemos qué es el ruido y qué la música, que es una palmada cariñosa y qué una agresión o qué es el orden y qué el caos.
Hasta ahora vemos que en el mundo occidental prima la visión centralizada y el pensamiento asociado a ella. Pero el otro tipo de visión, la periférica, también hace acto de presencia pues es la que practican, por ejemplo, los artistas. Así un artista puede ver formas de alta belleza allí donde un ingeniero sólo ve estructuras ya que aquellos son capaces de darse cuenta de relaciones entre los componentes que no se revelan a estos últimos. Un ejemplo de esto lo tenemos también en la lectura de planos, actividad en la que muchos se pierden y otros son capaces de “leer” el terreno.
Un nivel de visión periférica superior a la media suele llevar a su portador a un nivel también superior de corazonadas e intuiciones, que en definitiva no son sino las llamadas de nuestro subconsciente que nos revelan un proceso interno basado en una forma no consciente de sentir la vida y sus relaciones y no una forma de brujería o de iluminación. Estas corazonadas e intuiciones son siempre vistas con enorme aprensión en el mundo occidental, no habiendo sido pocos los que fueron quemados o ajusticiados por no haber sido capaces de justificar adecuadamente el origen de sus conocimientos.
El occidental parece estar siempre insatisfecho con el mundo que observa porque ha perdido en gran medida su capacidad de sentirlo, de "verlo" realmente. Cuando ama a alguien no se conforma con amar sino que necesita saber porqué ama y para ello observa y analiza focalizadamente al objeto de su amor para, posteriormente, pensar los resultados, de forma que cuando la bioquímica de la relación deja de enturbiar al consciente aparecen los reproches y  las rupturas, basadas en el análisis del “yo te doy”-“tu me debes dar”.
Aunque esta forma de mirar la vida nos ha permitido a los occidentales alcanzar altas metas tecnológicas y científicas, sin embargo, nos ha hecho incrédulos, insensibles, insolidarios e incapaces de sentir que todo lo que vemos y experimentamos es consecuencia de una forma de ver, que todo es consecuencia de las relaciones y que nada tiene existencia intrínseca, es decir, existencia por sí mismo (Nota: aquí os recomiendo leer la entrada sobre Mecánica cuántica en este mismo blog).
El hombre oriental, aunque cada vez más contaminado por el occidental, hace un mejor uso de la visión periférica y de su forma de pensar y sentir asociadas. Su forma de escribir, su arte, su tradición espiritual así lo atestiguan.
Así, en el mundo oriental, junto al Confucionismo, que se ocupa del lenguaje y la educación convencionales para conseguir un orden social en el que impere la paz; existe el Taoísmo, que trata de reparar el necesario daño infringido al "niño" al obligarle a adoptar reglas de comportamiento basadas en la convención. Este proceso de reparación lo lleva a cabo el Taoísmo a través de interesar al hombre por el conocimiento no convencional ni local, por comprender la vida directamente sin prestar atención a los productos lineales del pensamiento consciente.
Por eso el occidental ha hecho del orden su noción moral y lógica (es Dios el origen del orden y de la lógica del mundo que vemos) y el oriental distingue entre la noción de orden social (base del confucionismo) y la de “Absoluto” (base del Taoísmo).
Por eso en occidente han existido tantas guerras de religión y en oriente no. En occidente la lucha contra un orden social establecido (a menudo representado por un reino a cuyo frente se encontraba un rey “por la gracia de Dios”) se convertía en la lucha contra el orden moral (léase religión) que lo sustentaba (recordemos cuantos reyes europeos eran coronados por los papas, cuantas guerras se hicieron contra herejes y cuantos reyes crearon sus propias religiones). En Oriente, por el contrario, la lucha contra un orden social establecido no implicaba lucha alguna contra el moral que, en la mayoría de los casos, era compartido.
Todo lo anterior pone en evidencia que el mundo occidental tiene una visión fundamentalmente creacionista y que esta es la base de las religiones judeo-cristianas, mientras que el oriental posee una visión más relacionista, base de las filosofías y religiones orientales. Es la visión del mundo como "resultado de la creación" frente a la visión del mundo como "resultado del crecimiento", de las relaciones.
Hay un ejemplo tonto de esta diferencia. Para Occidente un puño sería algo concreto y definible, para oriente sería nada más que la consecuencia de cerrar la mano. Así entenderemos el dicho taoísta de “¿Qué es del puño cuando abres la mano?”.
Todo esto nos lleva a comprender por qué el taoísmo y las relaciones ocultas puestas claramente de manifiesto en los experimentos de la Física Cuántica locales (las “acciones fantasmales” de Einstein), son de casi imposible comprensión por parte del modo lineal de observar y pensar del ser humano occidental. Simple y llanamente van en contra de su noción de realidad.
Pero si lo pensásemos con un poco de atención nos daríamos cuenta que los resultados puestos de manifiesto por los experimentos de la Física Cuántica nos deberían enfrentar a los occidentales a una contradicción con nuestra concepción lógica  del mundo y deberían llevarnos a vislumbrar que en la tramoya del teatro de la vida hay muchísimo más de lo que podemos y estamos preparados a aceptar como consecuencia de nuestra "forma de ver".
La mente del hombre occidental está literalmente bloqueada procesando los millones de bits de información procedentes de su visión central de la vida, de su observación y escrutinio. Este bloqueo mental es el principal freno al afloramiento de subconsciente (y de su forma holística y relacional de entender la vida), el cual solo puede expresarse en estas condiciones a través de las emociones. Por eso el hombre occidental es un enfermo emocional ya que su mundo emocional trata de revelarse ante la incomprensión vital en la que el hombre vive.
En este estado de cosas la herramienta de la meditación, al concentrar toda la visión local en algo muy concreto y reducir con ello el volumen de información a procesar, libera grandes recursos en la mente que ahora podrán ponerse al servicio del inconsciente y de la visión periférica de la vida, equilibrando de ese modo el mundo emocional, que ya no tendrá que ser la expresión del desequilibrio.
De esta forma, meditar y prestar atención a lo que se siente en cada momento de la vida (lo cual es expresión de la confrontación con el inconsciente) son las mejores estrategias evolutivas del ser humano occidental.
Una advertencia final: no se puede consultar al oráculo de nuestro conocimiento más profundo (las intuiciones) sin efectuar una preparación previa, especialmente si uno vive inmerso en una realidad agitada que le envuelve y arrastra. Esperar que la intuición aflore en una mente carente de serenidad es algo absolutamente disparatado. Por eso Krishnamurti hace una reiterada llamada a la necesidad de parar la mente como medio de que aflore la realidad más profunda.
El Tao, el “proceso”, el “camino”, es una expresión de esta apertura serena, relajada, espontánea y no consciente a la vida de la que nada se espera pero en la que todo está.
Por eso el Tao se define a sí mismo como “algo confuso e impreciso en cuyo interior hay imágenes y cosas confusas e imprecisas que llevan a un extraordinario poder mental muy real que aporta confianza".

 
Juan Ignacio Fernández-Golfín Seco
Noviembre 2012

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